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  • Carlos Risso

𝐍𝐨𝐬 𝐪𝐮𝐞𝐣𝐚𝐦𝐨𝐬, 𝐩𝐞𝐫𝐨 𝐭𝐨𝐝𝐨𝐬 𝐬𝐨𝐦𝐨𝐬 𝐫𝐞𝐬𝐩𝐨𝐧𝐬𝐚𝐛𝐥𝐞𝐬.

A diario nos preguntamos cómo seremos ó como estaremos en lo económico, en lo emocional, en lo social, después que pase la pandemia. Aún sin una fecha de finalización que abrigue cierta esperanza de la prontitud de la misma, solemos hacer vaticinios de todo tipo, mucho de los cuales tienen que ver, con la edad, con la condición social, con el pensamiento positivo ó negativo de cada uno, y hasta como dicen algunos, hay que dejar los sentimientos de lado y ser realistas y basarse nada más que en los números que las frías estadísticas reflejan.

Mientras la sociedad se debate en estas inocentes e inciertas discusiones, la política juega su partido en una cancha anexa, casi desapercibida, con poca luz, pero con un piso sintético de alta tecnología, que les permite realizar jugadas maestras impensadas para algunos, armadas por técnicos cuya ductilidad y ambición, en algunos casos desmedida y sin escrúpulos para plantearlas y resolverlas a una velocidad llamativa, los lleva a disimular a propios y extraños de la maliciosa estrategia pergeñada para lograrlas.

Y cuando menos se espera, aparecen, y la sociedad se pregunta azorada ¿Cómo pasó, y como nadie lo vio? Todos vieron, pero parecía tan lejano aquello, que no valía la pena perder tiempo en preocuparse para esbozar una defensa. “Otros seguramente lo van a hacer por mí”, “para que me voy a meter”, frases repetidas hasta el cansancio que nos ahorran energías, nos mantienen alejados del compromiso, pero que nos llena de la más absoluta irresponsabilidad y vergüenza que como ciudadanos debemos tener.

Como decía George Bernard Shaw: “𝘼𝙡𝙜𝙪𝙣𝙖𝙨 𝙥𝙚𝙧𝙨𝙤𝙣𝙖𝙨 𝙢𝙞𝙧𝙖𝙣 𝙖𝙡 𝙢𝙪𝙣𝙙𝙤 𝙮 𝙙𝙞𝙘𝙚𝙣, ¿𝙋𝙤𝙧 𝙦𝙪é? 𝙊𝙩𝙧𝙖𝙨, 𝙢𝙞𝙧𝙖𝙣 𝙖𝙡 𝙢𝙪𝙣𝙙𝙤 𝙮 𝙙𝙞𝙘𝙚𝙣: ¿𝙋𝙤𝙧𝙦𝙪𝙚 𝙣𝙤?

Los intentos de avance sobre la propiedad privada; el fracaso de todo el proceso de llegada de vacunas al país, su ostensible retraso, la inoculación exasperadamente lenta, varios y prestigiosos laboratorios con sus vacunas vedadas de entrar por diferentes, poco claros y discutibles motivos; las constantes idas y vueltas de decisiones trascendentes, la educación por caso, por posiciones encontradas en la mismísima cúpula del gobierno; una política exterior que gira entre las contradicciones del vocero de turno, al apego de medir con distinta vara casos similares, según el país involucrado; la habilidad para culpar a otros de sus propios fracasos, hasta la poca y nada sensibilidad con los jubilados, quienes trabajaron toda su vida para terminar mendigando ajustes que en muchos casos no le permiten llegar siquiera, a tener una vida mínimamente decorosa.

Pero quienes toman estas decisiones, son los mismos que cobran jubilaciones de privilegio, tienen una pyme de asesores, en algunos casos de dudosa intelectualidad para el cargo que ocupan, que ni siquiera se sonrojan ni sienten vergüenza cuando levantan sus manos para aprobar esos míseros aumentos a los que ellos llaman “los viejitos, e intentan a través de sus falsas palabras mimetizarse con el dolor de ese grupo de gente al que todos le reconocen su frustración, pero para el que poco y nada se hace.

Cuidado, que nada es inocente. Como tampoco lo son, quienes consienten en silencio ó con una negación viciada de cinismo y complicidad. Todos somos responsables desde el momento en que votamos y elegimos a quienes nos representan, pero lo somos aún más cuando solo atinamos a quejarnos en voz baja ó queriendo que otros hagan lo que nosotros no nos animamos a hacer.


“𝑳𝒐𝒔 𝒎𝒊𝒆𝒎𝒃𝒓𝒐𝒔 𝒅𝒆 𝒆𝒔𝒕𝒂 𝒈𝒆𝒏𝒆𝒓𝒂𝒄𝒊ó𝒏 𝒕𝒆𝒏𝒅𝒓𝒆𝒎𝒐𝒔 𝒒𝒖𝒆 𝒍𝒂𝒎𝒆𝒏𝒕𝒂𝒓𝒏𝒐𝒔 𝒏𝒐 𝒔𝒐𝒍𝒐 𝒑𝒐𝒓 𝒍𝒂𝒔 𝒑𝒂𝒍𝒂𝒃𝒓𝒂𝒔 𝒚 𝒍𝒐𝒔 𝒂𝒄𝒕𝒐𝒔 𝒐𝒅𝒊𝒐𝒔𝒐𝒔 𝒅𝒆 𝒍𝒂𝒔 𝒎𝒂𝒍𝒂𝒔 𝒑𝒆𝒓𝒔𝒐𝒏𝒂𝒔, 𝒔𝒊𝒏𝒐 𝒑𝒐𝒓 𝒍𝒐𝒔 𝒄𝒍𝒂𝒎𝒐𝒓𝒐𝒔𝒐𝒔 𝒔𝒊𝒍𝒆𝒏𝒄𝒊𝒐𝒔 𝒅𝒆 𝒍𝒂𝒔 𝒃𝒖𝒆𝒏𝒂𝒔”, decía no sin razón el escritor galés Ken Follett.


Hasta la próxima.

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